viernes, 5 de noviembre de 2010

Fastidio

El Tipo era un soberbio; un pedante. Recuerdo la tarde en que coincidimos en “La Flor del Día” famosa panadería hoy inexistente de Tinogasta y Cuenca. Yo estaba embobado con los cilindros de vidrio repletos de caramelos que inclinados invitaban al disparate. Y de su boca deformada,a mi vista, salió un veloz y estentóreo ¡Pan!. Sin la menor gentileza el sujeto disparó ¡pan! como si el percutor de su lengua no permitiera descerrajar otra cosa.
La señora panadera intimidada perdió dos talles de busto en la reculada y susurró “¿que pan?
_Un panegírico no espero de usted,solo apronte medio kilo de ese engrudo que ni ese nombre merece ya que ni humedad tiene.
Manoteó el pan como a la espada de un vencido y arrojó dos monedas torciendo la cabeza como si le molestare su destino.
Me sumí en algo así como el magnetismo planetario y sin razón involucrada, le seguí.
El tipo transitaba las veredas con el aura del perro meador,mirando por encima,con esa mueca de quien busca ver algo que ni la circunstancia o el entorno ofrecen.
Yo, fastidiado le vi pisar el pekines de la señora; le vi increparla y la vi llorar.
En eso de aplacar mi furia estaba cuando entró en el Bazar de Neuvirt reclamando a viva voz algo que no pude discernir; que nubló no tanto mis ojos como para no ver el cuchillo Gamuza que le clavé detrás del oído derecho,
Y festejé la alegría del espectáculo de vivos colores que ritmicamente alimentó el charco en que fue tiñéndose su derrumbe; la cadencia de la que hace un instante carecían sus miembros; y el amable rosado de su lengua.